Nunca volverá a ser una persona normal. Nunca.
Siempre tendrá que correr para que el miedo no la alcance, para que no la ametralle por dentro y la desangre en mitad de la calle, sin que nadie sepa como ni por qué. Tendrá que aguantar las lágrimas delante de los demás más de una vez, porque no van a entender que llore sin motivo, o peor aún, quizá no entiendan el motivo que la lleva a deshacerse cada tantos meses. Es muy común que la gente no entienda un dolor hasta que no lo siente en sus carnes. ¿Por qué estamos programados para ser egoístas?, ¿por qué nuestro dolor tiene que ser el más fuerte, el más devastador...?, ¿por qué nadie puede sufrir como sufro yo?...
De pequeña, en casa de una amiga, su padre nos dijo que el corazón no te puede doler, porque es un músculo... Yo me confié. Le creí. Y no es verdad. El corazón duele. Y no te duele como una muela, o un pie torcido, o un pinchazo, o una quemadura... No. Es un dolor que va mucho más allá del dolor en si. Es una sensación de angustia, de ahogo, de pérdida. Como si te hubieran arrancado las cuerdas vocales y por más que chillaras no te saliera la voz. Como si te arrancan los dedos y te empeñas en seguir escribiendo porque los sientes ahí... Así duele el corazón. Al menos el mio. Duele como si lo que quedase dentro fuera solo una sombra, como si tu supieras que te lo han quitado, que dentro ya no hay nada, que estás vacía... Por eso cuando duele el corazón duele todo. Porque no somos nada sin corazón.
Es un dolor cansado, abatido.. Es un dolor débil, y de lo débil que es duele con más fuerza que cualquier dolor. Es como si en un ascensor, atrapado entre la quinta y la sexta planta, fueran quitándote poco a poco el oxígeno. Primero te cuesta respirar, luego te desesperas, te relajas, y finalmente, te preparas para lo peor.