Pasé junto a su recuerdo de puntillas, para no despertarle, para que no me arañara una vez más. Recuerdo las otras veces que me atacó sin compasión, y todo el alcohol que tuve que tragarme para limpiar las heridas, y todas las resacas a las que tuve que ponerle vendas. Recuerdo los chillidos de dolor cuando el efecto de las pastillas se iba y palpitaban las heridas, me recuerdo tirada en cualquier banco, colgada de una amiga, lamiendo las cicatrices que se abrían por momentos en mi piel. Recuerdo haber despertado su recuerdo de fiesta, por culpa de la música alta, y la ostia que me dió la realidad cuando me vi bailando sola y no pegada a su cintura, como de costumbre. Recuerdo las noches de verano que acababan bruscamente porque alguien pronunciaba su nombre, recuerdo el ritmo acelerado de mi corazón, el encogimiento de mi estómago, la debilidad de mis piernas, la tristeza de mi voz. Y recuerdo esa mañana, cuando volvía a casa y vi calle Valladolid. Me estalló el alma por dentro, y los pedazos se escaparon por mis ojos delante de aquel desconocido que no entendía que llorara mientras intentaba comerme a besos. -¿Te encuentras bien?- Me dijo. Y yo solo pude responderle muy bajito. -Llevame a casa. No puedo estar aqui y no quiero estar contigo. Ni una explicación mas.
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