23 de noviembre de 2011

En Afganistán se teñía de rojo cada amanecer





Llegaste jurando que habían sido los peores meses de tu vida. Que había visto de todo... Sangre, armas, muerte, niños que en vez de estudiar lanzaban granadas o les lanzaban a ellos como tal. Me contaste que para ti era imposible mirar a los ojos de esos niños y apuntarles ni tan siquiera con un arma... y así se fue el primero.
Pasabas largas temporadas sin escribirme, y yo, loca porque regresaras y poder oir cada palabra de tu boca... Y llegaste. Llegaste jurando que odiabas al ser humano, que nos enfrentábamos siempre por cosas absurdas y no nos parábamos a pensar en lo que de verdad importa. Y tenías razón. Aún a día de hoy tienes razón. 
Tu no perdonas esa Guerra porque no era vuestra y la pagamos todos, con lágrimas, sudor, fuerza y vidas. Vidas. Yo tenía miedo de perder la tuya... Y te perdí. Porque no me dejaste seguir a tu lado después de aquello; te encerraste en tu coraza decidido a olvidar todo. Te ayudaste con el ron, pero eso no hizo nada más que empeorar las cosas, recordándote pesadillas que debiste dejar en las trincheras.


Te perdí a ti. Te perdí por culpa de una maldita guerra que no era nuestra, que no era tuya, que no era mía y que sufrimos los dos y todos los que nunca más volvieron a casa.









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