Se nota que es Domingo y que a nuestro alrededor se ha instalado el frío porque tintinean en mis ojos lágrimas de hielo. O de miedo. O de odio.
Que me carcome el alma la angustia de verme atrapada en esta ciudad en la que ya no me reflejo en nada, donde los parques no me parecen bonitos y las caras no me son familiares. Que caro está el gramo de felicidad, y qué fácil hacerse con unos porros de desencuentro. ¿Dónde estamos? No nos veo. No me encuentro...
Hay calles, portales y esquinas que consiguen quitarme el aliento, pero como si un duende me hubiera robado el pasado miro hacia delante y continuo andando, borrando las huellas que aún pudieran quedar de mi anterior perfume.
Nada es igual. Ni siquiera el sentimiento de echarnos de menos.
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