Juró que nunca más dejaría que nadie la tomara en brazos, o la tocara la nariz o la hiciera cosquillas en los pies. Juró que nadie volvería a olerle el cabello mientras la abrazaba por detrás, que nadie más la besaría para hacerla callar. Ella juró que nunca volvería a ser feliz. Decidió arrugarse dentro de esas cuatro paredes, prefirió que el corazón le agonizara lentamente en soledad antes que permitir que lo rompieran en pedazos de nuevo.
Empezó a morir cuando decidió no concederle otra oportunidad al amor. Y ahí sigue, escuchando canciones de desamor, amargandose la vida con limones y chupitos de gasolina, quemándo la esperanza, desangrando la ilusión...
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