18 de diciembre de 2015

Creo que me hice mayor el día que me hice una herida y no la pude curar con Betadine, ni la pude tocar ni la pude lavar. Ese día aprendí los mil usos del alcohol de quemar y desde entonces solo desfila garganta abajo, curando a la vez que abrasa esos lugares a los que no llegan las manos.

Heridas internas, de las que duelen hasta que caes rendida a las tantas de la madrugada con la almohada empapada y la cara roja de llorar alfileres. Y el pecho abierto, la piel arañada y las uñas rotas a la altura del corazón. Y el dedo medio intentando elevarse para mandar a tomar por culo al fantasma que duerme a los pies de la cama. Pero ya no quedan fuerzas en este colchón, nos dividimos tanto que acabamos siendo nada. Y la nada flota, por eso yo me quiero hundir.

Fuimos música después de cada concierto, fuimos vítores después de cada partido, fuimos magia después de cada polvo, fuimos sonrisa después de valer la pena, fuimos llanto después del te quiero y ahora somos restos, el amarillo agarrado a las cortinas de algún fumador obseso.

Eso somos tu y yo, la nada incapacitando al todo, como un banco de niebla interminable zampándose Madrid a las seis de la mañana, sin pedir permiso. Una ola gigantesca tragándose Valencia y salpicando Toledo de espuma y sal. Un incendio devorando Gata sin pensar en los que llorarán la pérdida, sin pensar en nuestros pulmones, que quedarán marcados de hollín y deudas. Un terremoto a escala mundial, una sacudida global de conciencias, el adiós más largo del mundo, la marea que se tragó aquel castillo de arena cuando estaba a punto tocar el cielo para besar la luna...

Fueron los celos, de ver que unos niños cargados con cubitos y palas de playa habían conseguido llegar más alto que nuestros sueños. Fue la envidia de ver aquellos granos de arena en perfecta sintonía, abrazados, sin pestañear, sin preguntas. Fue la duda, fue tu "¿Qué estoy haciendo aquí?", fue mi "Si aún no lo sabes deberías marcharte". Fue el caos de quererte a los 25 como te hubiese querido a los 15, sin vergüenza y sin heridas. Fue todo, ¿lo ves? Y respondimos con la nada.

Nos dejamos marchar como quien deja pasar un tren porque sabe que en quince minutos pasará otro, y así toda la vida, de quince minutos en quince minutos, de enero a mayo, de mayo a agosto. Quédate de una vez por todas y suéltame el pelo, da igual si rompemos un par de jarrones o el suelo.

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