A todos los amantes incautos que aún guardan en un frasco mariposas, siempre les quedará París.
A todos los que sueñan con los ojos abiertos delante de escaparates, cogidos de la mano, con la nariz roja y la sangre caliente, siempre les quedará París.
A los novios primerizos que celebran cada mes el haberse conocido sin saber que de pronto un día celebrarán no odiarse, a todos ellos, siempre les quedará París.
A ti y a mi ya no nos queda nada. París es demasiado pequeño para tanta descarga.
Dormiremos bajo cualquier puente entre todos los cartones que seamos capaces de imaginar. Buscaré tu mano a oscuras pues ya no nos quedan velas, las soplamos todas aquel día, cuando creíamos que la vida era otra cosa, que no iba en serio, que siempre habría tiempo, que nunca se acabarían nuestras oportunidades.
Beberemos el rocío que se quede dormido en las paredes; no Mi Lady, tampoco queda champán, lo apuré todo en tu ombligo la última noche.
La última noche... ¿te acuerdas? Estabas preciosa, apestabas a vida y a sueños, todo a lo que siempre tuve alergia. Yo te empapé de vicios baratos y esclavos; yo te fui apagando la luz. Y lo hice por amor, te juro que pensé que sabría hacértelo, pero ya veo que no es suficiente un beso anoréxico a los pies de Eiffel, ni medias noches mojadas en alcohol dando paso a mañanas de vomito y tiritonas.
Espero que algún día me perdones la osadía de creerme suficiente para ti. La osadía de intentar tapar con un solo dedo el sol... la osadía de quererte siempre mal. Y a deshora.
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