Dicen que muchas veces el dolor que puedan sentir las personas a las que quieres es más intenso en ti que el que puedas sufrir en tus propias carnes. Y supongo que será verdad. Es como si te clavaran millones de alfileres en una parte de tu cuerpo y te obligaran a ver como sangra y como lo puntean una y otra vez, con saña. Y es desagradable. Se forma un nudo en el estómago y se desplaza a la garganta, y vuelve a bajar. Y vuelve a subir. Quieres gritar, pero lo único que haces es temblar, resistir las cuatro lágrimas despistadas que pasaban por ahí y mirar.
Masoquismo. Masoquismo mezclado con miedo, claro.
Aún recuerdo la sensación de angustia cuando lo que estaba sufriendo enfrente de mi era sangre de mi sangre. Me hervían las venas, sin control. Todas las discusiones, los problemas y las tonterías se esfumaron con la primera patada, y a partir de ahí solo supe que haría cualquier cosa para que aquello terminara. Era insufrible. Y a día de hoy, insufrible sigue siendo todo lo malo que le pasa a mis intocables... Que si son intocables será porque son especiales... y si son especiales, será por algo.
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