22 de octubre de 2012

Solo hablamos de noche. Y a escondidas.

Me imagino que no sabe que todas las noches me duermo en su ombligo. Cierro los ojos y siento su piel debajo de mi mejilla, y su mano me acaricia el rostro, y me seca las lágrimas que brotan de purisima felicidad. Respiro su olor. Y escucho su risa. Me intenta dormir hablándome al oído bajito. Me cuenta como le ha ido en el trabajo, la de veces que ha tenido que morderse la lengua, los atascos interminables que se ha comido y la bronca del jefe porque ha llegado tarde. Su mano se desliza con cuidado por mi garganta y se me eriza la piel. La boca de repente se seca y él me besa reviviendome, como si del agua de una fuente se tratase. Le quiero. Y le quiero tanto que me conformo con soñar con él mientras él duerme con otra.
Y así pasan las noches, una detrás de otra. Enganchandome a sus caricias de buenas noches y sobreviviendo a la decepción de despertarme sin su aroma en la almohada ni en mi pelo. Siempre desaparece con la luz del sol... y vuelve a la luz de la luna. Mientras tanto sigo sola. Y sola seguiré, porque no hay nada que me llene tanto como el fantasma de la persona que tanto lloré (y amé). Es triste hasta el infinito y más allá ida y vuelta, pero cuando encuentres a la persona que te rompa los esquemas y sueñes todas las noches que quieres pasar el resto de tu vida junto a ella y no puedas tenerla... te beberás el viento y morderás el agua solo por poder acordarte de ella.




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