Crecemos. Y aunque no queramos eso implica cambiar, alejarse de lo que siempre has conocido y de lo que siempre has sido. Conocer gente nueva, gente que te acompañará un rato y gente que se quedará a tu lado siempre. Pero eso implica dejar atrás a esa gente con la que has crecido, con la que has compartido tantas tardes, tantas mañanas de clases y tantos madrugones.
Crecer no significa borrar los años pasados cada vez que cumples uno más. No se trata de sustituir a gente en tu lista de contactos, si no de añadir más.
Estoy creciendo, pero me estoy dejado a mucha gente por el camino. Y no se si es porque no se mantenerlos a mi lado o porque han cogido un camino que yo no he sabido seguir. No se si he sido yo la que ha dejado de llamar, o si han sido ellos los que se han olvidado de pegarme un toque una vez a la semana...
A veces, no descolgamos el teléfono porque nadie lo ha hecho antes. Grave error. Cuando quieras hablar, marca. Marca y escucha al otro lado esa voz que tantos consejos te dió, tantos chistes te contó y tantos secretos compartió. Marca el puto teléfono y gritale que echas de menos las tardes de césped, de caciques con coca cola a las cinco de la tarde. Las vueltas a casa en lo mejor de la fiesta porque había toque de queda, las noches durmiendo en la misma cama y soñando como sería nuestro primer viaje juntas, nuestro último concierto... Como seríamos de ahi a diez años... Y lo cierto es que ya han pasado tres. Y estamos cada uno en un lado del mundo, desgastando los cordones que nos unían, dejando morir lo que un día fue tan fuerte.
En mi agenda, siguen escritos en verde fosforito nuestros típicos 'Siempre juntas', los 'Para siempre' que apuntábamos al lado de nuestro nombre. Juramos que seríamos para siempre... pero lo cierto es que el tiempo nos está matando, nos está ganando la batalla, esa que juramos nunca íbamos a perder.
Cuando tenía quince años, que nos separara el tiempo lo veía un imposible, una locura, una realidad tan lejana que me moría de la risa solo de pensarla. No concebía la vida sin vosotras, sin vuestra fuerza... Y lo cierto es, que ahora, con veintiún años que tengo, me veo fuerte y sin vosotras. ¿Cuando dejó de importar el lazo fuerte que habíamos creado?, ¿ cuando dejamos de tener ganas de vernos?
Nos recuerdo tan unidas... que miro fotos y me creo que en cualquier momento volveremos a quemar Madrid, a vivir una Noche en Blanco, a desfilar con un mini por bandera el 2 de julio, a celebrar los cumples con la familia, a ir a la Vaguada. Me creo que volveremos a patearnos la calle Fuencarral buscando un pantalón de surf, una mochila de ska... nos comeremos un helado en el Mc Donald, y luego correremos hacía el metro porque nos empapa una tormenta de verano....
Que será eso que me ronronea el cuerpo cuando miro alguna foto suya, cuando sin querer veo su nombre en algún sitio, o huelo su colonia... Son tantas cosas, que no se ponerlas en orden. Pero aquí estoy, esperando.
Y esperando seguiré, porque si al final del larguisimo camino está esa mirada traviesa y esa risa contagiosa, todo este tiempo habrá merecido la pena.
La vio marchar, pero fue incapaz de detenerla. No sabe si fue el orgullo o las dudas que le ahogaban la cabeza. De repente lo entendió. Pensaba con la cabeza y no con el corazón.
Echó un último vistazo. El viento jugaba con su pelo suelto... Y, Dios; como le dolió comprender que no la iba a acariciar más, que iba a perder su sonrisa, su voz... Las palabras que solo ella utilizaba no iban a sonar igual en otra boca. Sus manos... sus manos ya no iban a coger las suyas, ya no iban a poder besarlas... Y sus ojos; ya no le miraban y el último recuerdo que tuvo de ellos es que estaban tristes.
Algo hizo click. No sabe si algo se rompió o si algo se arregló. Ese día, lo único que tuvo claro es que no la quería perder.
Cogió un folio y escribió en él todas las cosas que había descubierto con ella, como se había sentido y todo lo que echaría de menos... Esa risa absurda, ese brillo en la mirada cuando la besaba, sus miradas intensas, sus buenas noches y sus buenos días.... No se lo que puso en esa lista, y no se las ganas que ella tuvo de arriesgar... solo se que ayer les vi, caminaban abrazados, como siempre; solo que era una foto, que nunca más volvió a repetirse.
Siempre he querido tocar las estrellas. Saber si están calientes, si queman de verdad. Si pinchan, si son suaves... Siempre he querido tocar las estrellas y adueñarme de una de ellas. Hacerla mia, ponerle un nombre, saber que en el cielo siempre habrá una luz brillando por mi...
Cuando era pequeña yo era de las que creía que cuando alguien moría subía al cielo y se encendía una luz; por eso es que hay tantas estrellas, porque hay muchas vidas que recordar.
Cada vez que miraba al cielo, me imaginaba que unos ojos me devolvían la mirada y no podía evitar sonreír. Pensar que desde ahí arriba te cuidan es reconfortante, vives más feliz. Es un sueño que mantuve vivo muchos años, incluso llegó a ser una locura. Las noches de fuegos artificiales lloraba. Lloraba pensando que esas explosiones de color podían hacer daño a esas personas que se habían reencarnado en estrella. Lloraba con tanto sentimiento que muchas veces tenía que alejarme de aquel espectáculo de luces. Sin embargo, cada estallido me retumbaba en el pecho, me encogía el corazón, como si una mano lo estrujara desde dentro... Y miraba al cielo, y me imaginaba que después de la tormenta a la que le sometimos, todo volvía a quedarse en paz. Por lo tanto, yo también quedaba en paz.
No recordaba ni un solo día que hubiera llorado de felicidad. Todo lo que encontraba en la caja de su pasado estaba impregnado de dolor, reproche, ausencia y melancolía. Al abrir de nuevo esa caja los fantasmas le arrastraron por el suelo, pisoteándole los brazos y las piernas, abriendo viejas heridas...
Esa mañana las nubes se agolpaban encima de su cabeza, amenazaban tormenta, pero él sabía que no caería ni una gota, porque las había secuestrado todas y las guardaba en un gran frasco de cristal con una etiqueta que decía 'lágrimas'. Caminaba por la calle con la cabeza agachada. A su alrededor, la gente iba y venía cargada con ramos de rosas, cajas de bombones, globos, peluches y hasta algún que otro corazón gigante. El niño miraba la sonrisa que se dibujaba en esas caras y suspiraba. Él se conformaba con una acuarela pá pintarse él mismo un corazón, o con una hoja de papel, para fabricarse un avión y viajar desde su habitación. Se conformaba con poco, pero lo cierto es que no recibía ni siquiera eso...
El niño, odos los años juraba y perjuraba, que si encontraba a alguien que se molestara en pensar en él solo ese día... Nunca dejaría que se fuera. Nunca faltaría a su lado un 14 de febrero.Y así pasó los años.
Salia a la calle cada 14 de febrero para ver como la gente, por un día, se volvía a enamorar como el primer día, para ver como la gente sonreía sin esfuerzo, como los parques se llenaban de parejas cogidas de la mano, gastándose bromas, besándose, abrazándose... Y él... se sentía tan solo... que abría ese bote gigante de cristal y derramaba todas las lágrimas que había recogido durante el año. Nadie reparaba en él. Nadie le ofrecía una sonrisa. Nadei le daba un abrazo. Nadie estaba con él en ese día que era especial para todo el mundo.
Hasta que un día la suerte cambió.
El niño se encontró de repente con un regalo en la puerta. La niña, temblando de arriba abajo como una hoja cuando se va a desprender del árbol, le esperaba con media sonrisa y con ojos brillantes. Le sudaban las manos, y no sabía como debía actuar, porque nunca había salido de la cama un 14 de febrero. Nunca creyó en ese día, ni en las promesas que se decían las parejas, ni en ese amor que de repente vuelve a nacer... Pero ahí estaba. Lejos de su refugio, con la puerta de su muralla abierta, dispuesta a dejar que todo un batallón entrara en su pequeña ciudadela, aún sabiendo que podría perderlo todo. Aún así, sabía que tenía que intentarlo, sabía que merecía la pena, aunque solo fueran un par de horas. Sabía que merecía la pena dejarse llevar por una vez en su vida y hacer un regalo ese día.
El niño la miró desconcertado y algo parecido a la ternura y a la ilusión apareció en su mirada. La niña le miró, le dio un beso, le entregó el regalo y se alejó. En realidad le hubiese gustado quedarse, quedarse y ver como el niño reaccionaba ante semejante atrevimiento... Llego a casa con una agradable sensación, pues ese 14 de febrero el niño no lloró. Y fue gracias a ella.
El problema es, que todos los días no son 14 de febrero, y el niño se olvidó de regar la tan ansiada rosa que todos los años pedía. Y ahora que la tenía, la dejaba morir. En un jarrón, la rosa se fue secando, hacia abajo, como si muriera poco a poco de la pena... y con ella también moría poco a poco la niña.
Ese año el niño olvidó recoger el agua de lluvia, y cuando llegó el 14 de febrero... no hubo rosa. No había nadie esperando en la puerta con una sonrisa en la boca. De repente la gente le parecía triste, todo estaba vacío, no tenía el color rojo de otros años... Caminó hacia el parque donde las parejas se besaban y vio a la niña, sentada en un banco. Se miraron durante unos segundos. Suficientes. La niña volvió la vista al libro y el niño sintió ganas de llorar... pero no quedaba ni una gota.
Lloró. Lloró lágrimas amargas, porque había perdido lo que juró que siempre mantendría a su lado.
La niña, por su parte, enterró la ilusión que hace un año había brotado. Alzó las murallas con 25 centímetros más de grosor y juró que nunca más dejaría que nadie entrara en su ciudad secreta. Para ella, el 14 de febrero quedó borrado de libros, calendarios, agendas y películas... Y se arreintió, toda la vida, de haber creído, por un día, en ese día.
Perdí tres trenes porque me quedé a esperar una respuesta que no tuvo el valor de darme. Tres trenes mirandome las zapatillas, nerviosa, con un nudo en la garganta, deseando oír esas palabras mágicas que desataran el nudo y me dieran la fuerza necesaria para intentarlo un poco más... Para esperar el siguiente tren. Pero cuando ese empujón no llega, cuando lo único que retumba en tu cabeza es el silencio, te paras a pensar en todos esos trenes que dejaste escapar por el miedo a montarte sola, y al final, en el último, la única compañia que te espera es la soledad de tus cascos en los oídos, disparando canciones que se funden como metralla en el corazón.
Desde entonces ojos vidriosos, la cabeza a mil por hora intentando buscar una explicación lógica a todo esto que nos está pasando, pero como respuesta solo encuentro vacío. El vacío de tus palabras, huecas, palabras que ya no puedo creer, aunque el corazón se agarre a un clavo ardiendo solo por acomodar mi sonrisa al lado de la tuya una tarde más. Miedo, miedo que se acomoda en el pecho, cubriendolo de negro, ahogandome en esta maldita incertidumbre. ¿Me quieres?. No oigo nada. Te lo vuelvo a repetir. ¿Me qieres?. Dudas. Y ahí se acaba todo, porque si has tenido que pensar más de medio segundo la respuesta a esa pregunta... es que todo lo que yo creía vivo está muerto. O quizá el destino lo haya dormido, para que lo despertemos cuando maduremos, y cuando sepamos el valor de este amor que nos negamos... tú por no tener la fuerza de aceptarlo y yo por creer que podríamos lograrlo... Sin embargo, es tan imposible querer con la cabeza, como hacer caso a la razón cuando el corazón se vuelve loco.
Y así están las cosas, yo loca. Loca por ti. Y tu cuerda... demasiado cuerda.
Despertar con la garganta seca, aferrarme a las sábanas y arquear la espalda. Buscar tu cuerpo. Morderme el labio, esperar que busques mi boca y juegue con la tuya. Perdernos en un abrazo inventado mientras nuestras manos construyen caminos y se abren paso... Desearte, desearte encima, con la boca entreabierta. O mejor debajo, y recorrerte todo el cuerpo despacio. Sentir como a la sangre se le eleva la temperatura, como ruge el interior, esperando que salga esa bestia que nos de el último empujón y nos dejemos llevar. Sin pensar en nada, solo el uno en el otro.
La piel de gallina. Espasmos. Respiración entrecortada. Y mirarte a los ojos, pedirte más, abrazarte con las piernas y susurrarte al oído que ya no puedo más. Gemido. Cabeza hacia atrás. Manos al cabecero... y deseo. Deseo que estés aqui conmigo, y que mientras escribo me quites la ropa, que me acaricies el cuello, que me desabroches el sujetador, despacio, y me lleves a la cama. Hasta el lunes por la mañana.
18 de abril de 2012
Querida Abu:
Quizá pienses que el tiempo ha borrado tu olor y ha cerrado la herida, pero lo cierto es que mi memoria te conserva a pesar del tiempo y la herida se ha hecho cicatriz. Ya no duele, pero está ahí. Necesitaría un par de consejos tuyos, consejos de mujer luchadora, incansable, indomable. De mujer fuerte, atrevida y echá pa' alante. No se si recordarás nuestras promesas, la forma de exigirnos su cumplimiento... Dos de ellas he hecho a lo largo de mi vida, y voy a hacer una tercera. Con tinta negra, para que no se la lleve el viento, para recordarla, para no violarla sin faltarte a ti y a nuestro 'juego'.
Tengo ganas de verte. Con todo lo fuerte que suena. En todos estos años no he encontrado a nadie que se pareciera a ti, que tuviera tu integridad, tu honradez, tu sonrisa, tu buen humor... Nadie que pensara primero en los demás y después en los demás y después, si sobraban fuerzas, pensara en ella. Nadie que amara de una forma tan desgarradora y tan tierna a la vez. Todavía hay veces que, recordando todo lo que viviste, me sorprende que tuvieras el corazón tan rojo y tan vivo. No se si lo construiste de piedra y lo mostrabas de algodón, pero parecía el de una niña, el de una niña que nunca ha sufrido, que no ha crecido y que no ha tenido que levantarse después de que llovieran ostias del cielo. Tu y yo sabemos que no fue así. Que ha sudor no te gana nadie, que a coraje no te iguala ni el coronel con más galones en el pecho.... ¿Dónde están tus medallas?, ¿dónde está el reconocimiento a una vida dedicada a los demás?, ¿dónde está tu estatua?, ¿dónde está la calle con tu nombre?, con tu precioso nombre... No hay nada de eso. Nos toca a los que estamos aquí abajo contar tu historia, recordarte, y no olvidar que si hemos llegado hasta aquí ha sido por ti.
Tengo curiosidad por saber si cuando todo acaba aquí abajo te recostruyen el alma, o te resetean el corazón, o que pasa. Me acuerdo muchas veces del mazazo que te dieron, y de que nunca te vi llorar por eso... Claro, que yo era una niña, y no sabía cuando tus ojos se empañaban de pasado. ¿Cómo pudiste levantarte, salir a trabajar...?, ¿cómo pudiste seguir defendiendo un sentimiento que había sido profanado?... 'El amor, que mueve montañas' me decías... Quiero ser como tú, porque hay que sentir verdadero amor para tragarte el orgullo y enterrar lo más amado después de haber abandonado todo lo que construisteis juntos. Tengo curiosidad por saber como te miró esa mujer cuando te vio ahí, de pie, y con la cabeza bien alta; me encantaría saber lo sucia que se sintió y el remordimiento que tuvo que soportar toda su vida. Porque por muy mala y vacía que parezca una persona, hay cosas que el cuerpo no asimila, y supongo, que destrozar una familia es una de ellas.
¿Sabes?, ya no pienso que rompieras esa promesa. Ya no lloro cuando recuerdo la conversación. Era tu momento, y no podíamos cambiarlo. Espero que me perdones todos estos años en los que te he culpado, en los que te recriminé que me dejaras sola. Porque si hay alguien que siempre se aferró a la vida para no dejarme sola... fuiste tu.
No hay nada peor que escribir en una hoja de papel tu vida, luego cuando vuelves a encontrarte con ella desprende la alegría, el amor o el dolor con que lo escribiste. Te envuelve en un abrazo mágico, aunque a veces asfixiante, y por más que duela, por más que se abra la herida sigues leyendo esas líneas como hipnotizada. Y así estoy yo. Intoxicándome de palabras bonitas, devorándo el cuaderno que recoge los últimos 11 meses, mi resurjir, mi empezar de cero, mi dejar atrás a todo aquel que me hizo daño.
En la primera página el adiós definitivo. El momento en el que me quité la venda de los ojos, el momento en el que caí en la cuenta que estaba llorando por algo que nunca había existido en lo terrenal, que había sido fruto de la pasión, no del corazón, fruto de la necesidad de libertad que acumulé durante tantos años. En la primera página carpetazo a la distancia. Al doler por doler, al llorar hasta la extenuación, pero sin quedarme dormida; al desamparo de saberme sola, utilizada. Carpetazo a los momentos malos... y a los buenos. Y a los buenos, porque cada vez que me descubría pensando en ellos se empañaban, y la nube de la rabia descargaba contra ellos dejándolos mojados, débiles... En la primera página sonaba todo mal, y al leerlo, aún me escucho en mi cabeza sorbiendo por la nariz, con cara de no dar crédito... pero en seguida pego un salto y vuelvo a encontrarme serena, relajada y bien. Carpetazo. Carpetazo a algo que no me hacía sentir bien, que no era puro, que no era de verdad... Carpetazo a esos besos contaminados. Carpetazo a la confianza rota; rota por cinco sitios. ¿Tan difícil es ser sincero con las personas?, ¿tanto cuesta aliviar un poco de sufrimiento a otro ser humano? Ya no se trata de amor, si no de humanidad. ¿Se puede vivir prometiendo paralelamente?, ¿se puede ser feliz así?. Lo peor es reavivar la impotencia de saber la verdad y querer luchar contra ella, negarla, borrarla, apartarla del camino como si de una simple piedra se tratara, pero más que piedra es todo un monolito. Frío. Alto. Fuerte. La verdad siempre sale a la luz, ya sea por boca ajena o por labios que has besado tantas veces...
En la segunda página fragilidad. Abrir poco a poco de nuevo las alas al mundo, con miedo, con pausa, con angustia. Angustia por ver que todo lo que te rodea es nuevo, o descubrir que todo eso siempre ha estado ahí y nunca has sido capaz de verlo. Amigos que vuelven para arroparte, para cuidarte, para jurarte al oído que siempre estarán a tu lado, por muchos tropiezos que tengas, por muchas lágrimas que tengan que secar. Y yo los miraba... y no les reconocía. Me sentía pequeña, absurda, débil. Muy débil.
En la segunda página alcohol. Ríos de alcohol y no de tinta. Alcohol por la mañana, por la tarde, por la noche y de madrugada. Alcohol para explotar la mente y todo lo que guarda, para descansar, para poder dormir, para poder reir. Litros de auténtica mierda carcomiéndote la sangre de las venas, corrompiendo todo lo que siempre has sido, distanciándote del amanecer y arrastrándote a zulos oscuros con gente que no te conviene. Y tus amigos... tus amigos te siguen el rollo, y en vez de pararte, en vez de hacer que reduzcas velocidad te dan otro impulso, al precio que sea, para que sigan viéndote sonreír... Esos amigos... esos amigos no valen nada. Esas personas solo se acercan a ti para que seas tú la que le ponga brillo a sus noches porque ellos no se atreven, y ahí te tienen, como bandera, como ejemplo de roca sólida, mientras tu por dentro te vas pudriendo...
En la segunda página excepciones. Amigos de verdad, como lo son aquellas personas con las que he empezado este párrafo. Amigos que se arrancarían sus propias alas para que tu pudieras tocar la luna por última vez. Que se vestirían de payaso para dibujarte una sonrisa, o dos. Que regalarían su sueño si lo necesitaras tú. Que te cantarían una nana, que te abrazarían toda una noche, que llorarían contigo al salir de una discoteca, que te raptarían de casa para que no tuvieras que vivir ni una tarde más los gritos de la depresión. En la segunda página AMIGOS. Y verano. Y calor. Y vacío.
Y esperanza.
En la tercera página dudas. Pero antes de las dudas un momento. Una persona. Una noche. Un segundo... y todo se pone patas arriba, colocándose dentro del gran desorden.
En la tercera página mariposas, sensaciones que no sabes controlar, ni ocultar.
En la tercera página deseo, ganas, mensajes, citas, cine... Y dudas.
En la tercera página detalles. Detalles de esos que no se olvidan y recuerdas cada vez que sales a la calle, o ves un avión pasar, o ves que un niño se cae y no apoya las manos. Detalles. Como un jersey gris que se disfraza de excusa una noche para intercambiar miradas, y un beso tímido. Detalles. Noches de fiesta en las que nadie, y digo y recuerdo, nadie, brilla como él.
En la tercera página palabras atragantadas en el portal. Miradas que se encuentran y huyen, y mueren en una media sonrisa. Secretos. Confesiones. Y el primer beso. Lento. Corto. Especial. Me resulta gratamente curioso recordarlo de una manera tan nítida. Puedo cerrar los ojos y sentir todo lo que sentí. Respirar su piel cerca de la mia, sus manos agarrando mi cara ¡como si me fuera a escapar!, mi nariz cerca de la suya... y ese primer contacto, esa chispa que incendió todos los rastrojos que se agolpaban en mis venas...
En la tercera página, de nuevo esos 'amigos' que te quieren ayudar. Ayudar a destruirte. Palabras que se lanzan sin pensar en las consecuencias que pueden tener, palabras que se dicen con tanta convicción que se hacen ciertas de camino a mis oídos. Palabras que duelen. Palabras que quieres ocultar, que deseas no haber escuchado, palabras que desgarran la fina piel que habías estrenado.Palabras que quieres catalogar de mentira pero te suenan a realidad; palabras que son mentira y tú, idiotamente una vez más, conviertes en verdad... Palabras que guardas en un cajón, palabras que estallan y esparcen las dudas por toda la habitación, y entonces yo, en la tercera página, página que por desgracia recuerdo día trás día, escribo adiós. Adiós. Con esa cara mirándome a los ojos, contrariada. Y yo, sentada en la cama, con la cara tapada por las manos, creando un pequeño océano de lágrimas, maldigo el momento en el que decidí creer a esa boca. A esa boca que solo quería recuperar lo que pudo conseguir una noche de la segunda página, una noche de alcohol, una noche que no fue especial, una noche que no le elegí. Una noche que olvidé al día siguiente, cuando me levanté y solo recordaba una sudadera roja.
En la cuarta página silencio. Remordimientos. Tardes enteras mirando por la ventana y releyendo las primeras hojas de la tercera página... Dolor. Echar de menos. Un mes vacío.
En la quinta página un año nuevo. Y propositos nuevos.
En la quinta página se escribió una Noche de Reyes. Una noche corta, de miradas que se evitan, de carrillos colorados, de vergüenza, de ganas de borrar y de arrancarte el orgullo, degollarlo, hacer que desangre cada uno de los sentimientos que se ha tragado.
Me acuerdo del momento. Se me eriza la piel, todavía. Se iba, delante de mi, y yo estaba ahogando las ganas de abrazarle, me las estaba comiendo, y me estában sentando mal. Luego, un segundo después, un impulso, un impulso que debería enmarcar y hacer de él mi religión, me empujó a sujetarle la mano cuando se dio la vuelta, con el abrigo puesto y se encaminó hacia la puerta...
-No te vayas. Quédate.
-¿Por qué?
-Porque si..
-Esa razón no me vale.
Valor. Un suspiro hondo. Las manos sudadas. 5 centímetros hacia delante. Mis brazos aferrándose a su cuello y un beso. Cargado de perdón, de mil disculpas, de culpa también. Un beso cargado de sentimientos, de millones de 'te he echado de menos'.. y un peso que se descarga. Y un abrazo, y una sonrisa, y esas ganas de llorar cuando vuelves a casa después de mucho tiempo y ves que tu habitación sigue igual. Que la familia sigue igual, y que tu reflejo en el espejo sigue igual.... De fondo esa canción, que tantas veces me ha acompañado cuando escribía.
En la quinta página besos. Caricias. Susurros. Besos. Caricias. Enfados.
Mensajes a las 18.00h, clavadas, y una sonrisa más grande que nada automática. Más grande que nada.
Luego se me vienen a la cabeza esas alturas, de noche, y se me mezclan con las palabras de ayer. Y duele. Todo duele de repente al rededor. Todo deja de tener colores bonitos. Y ha vuelto el frío. Y no se va.
En la quinta página noches durmiendo abrazados, mordiscos, cosquillas. Mañanas despertando con un 'Buenos días princesa', o con un beso. Mañanas de la mano, en cualquier dirección, sentados en cualquier parque. Tardes. En la piscina o en un atasco. Música. Europa. La Torre Eiffel. 'Europa nueva, contigo', así es como llamé a la hoja que escribí ese día. Todo es nuevo cuando los ojos que te lo enseñan lo son, todo tacto es único cuando las manos que te lo brindan lo son, todas las palabras son únicas cuando los labios que las pronuncian lo son...
En la quinta página abrazos en el sofá, películas en la cama, espuma en la bañera. En la quinta página desayuno, comida y cena. Todo incluido. Palomitas.
En la quinta página cervezas. Idas de olla. La palabra PERDÓNAME empapelándome la garganta... En la quinta página esa moneda. Ese momento de, 'si sacamos nosotros te quedas'.. y ese saque. Y esa absurda, estúpida y repelente felicidad.
En la quinta página manitas. Cambios de marcha. Embrague. Frenos... y desenfreno. Pasión, centímetros de piel, respiración agitada...
En la quinta página hay tantas cosas... que necesitaríia otras tres horas, que son las que llevo escribiendo, para contarlas.
15 de abril de 2012
A veces esperamos demasiado de las personas, o tal vez sea que nosotros hariamos demasiadas cosas por ellas... y llegan las desilusiones. Y es muy dificil luchar contra ese sentimiento, o estado de ánimo, como se le quiera llamar. Te aplasta como una losa, te aplasta y te quita las ganas de todo, las ganas de entregar, de arriesgar, de seguir. Las ganas de dar sin recibir. Una vez escuche una frase que me marcó bastante: ''Yo nunca espero nada de nadie, así nunca me decepciono''. Juré que me lo aplicaria las 24 horas del dia, pero es imposible, hay personas que son capaces de destruir todas tus murallas con solo dos segundos. Puede que me sienta estupida muchas veces, y que la desilusión me gane alguna que otra partida pero... Me siento tan bien cuando se me ilumina la cara al pensar en él, me gusta tanto esa sensación de darselo todo.... Solo espero que esto nunca se me apague, porque si le pierdo las ganas... ¿alguien me ayudará a encontrarlas?
Nos encanta pensar que tenemos alguien al lado en todo momento. Que nos piensa, que nos echa de menos, que sonríe cuando algo le recuerda alguna frase absurda que escuhasteis juntos... pero hay veces que no es así. Y cuando descubres eso, algo dentro te duele. Y no sabes decir que es, no sabes explicar como ha llegado ese nudo a tu estómago, porque lo sientes como algo súbito. Yo a eso lo llamo estamparte contra la realidad, justo en el momento que empezabas a creer en los cuentos.
Lo curioso de esta forma de comunicación es que es más probable hablar de nada que de algo, pero sólo quería decir que para mí, toda esta nada ha significado más que muchos algo. Por eso, gracias.