No recordaba ni un solo día que hubiera llorado de felicidad. Todo lo que encontraba en la caja de su pasado estaba impregnado de dolor, reproche, ausencia y melancolía. Al abrir de nuevo esa caja los fantasmas le arrastraron por el suelo, pisoteándole los brazos y las piernas, abriendo viejas heridas...
Esa mañana las nubes se agolpaban encima de su cabeza, amenazaban tormenta, pero él sabía que no caería ni una gota, porque las había secuestrado todas y las guardaba en un gran frasco de cristal con una etiqueta que decía 'lágrimas'. Caminaba por la calle con la cabeza agachada. A su alrededor, la gente iba y venía cargada con ramos de rosas, cajas de bombones, globos, peluches y hasta algún que otro corazón gigante. El niño miraba la sonrisa que se dibujaba en esas caras y suspiraba. Él se conformaba con una acuarela pá pintarse él mismo un corazón, o con una hoja de papel, para fabricarse un avión y viajar desde su habitación. Se conformaba con poco, pero lo cierto es que no recibía ni siquiera eso...
El niño, odos los años juraba y perjuraba, que si encontraba a alguien que se molestara en pensar en él solo ese día... Nunca dejaría que se fuera. Nunca faltaría a su lado un 14 de febrero.Y así pasó los años.
Salia a la calle cada 14 de febrero para ver como la gente, por un día, se volvía a enamorar como el primer día, para ver como la gente sonreía sin esfuerzo, como los parques se llenaban de parejas cogidas de la mano, gastándose bromas, besándose, abrazándose... Y él... se sentía tan solo... que abría ese bote gigante de cristal y derramaba todas las lágrimas que había recogido durante el año. Nadie reparaba en él. Nadie le ofrecía una sonrisa. Nadei le daba un abrazo. Nadie estaba con él en ese día que era especial para todo el mundo.
Hasta que un día la suerte cambió.
El niño se encontró de repente con un regalo en la puerta. La niña, temblando de arriba abajo como una hoja cuando se va a desprender del árbol, le esperaba con media sonrisa y con ojos brillantes. Le sudaban las manos, y no sabía como debía actuar, porque nunca había salido de la cama un 14 de febrero. Nunca creyó en ese día, ni en las promesas que se decían las parejas, ni en ese amor que de repente vuelve a nacer... Pero ahí estaba. Lejos de su refugio, con la puerta de su muralla abierta, dispuesta a dejar que todo un batallón entrara en su pequeña ciudadela, aún sabiendo que podría perderlo todo. Aún así, sabía que tenía que intentarlo, sabía que merecía la pena, aunque solo fueran un par de horas. Sabía que merecía la pena dejarse llevar por una vez en su vida y hacer un regalo ese día.
El niño la miró desconcertado y algo parecido a la ternura y a la ilusión apareció en su mirada. La niña le miró, le dio un beso, le entregó el regalo y se alejó. En realidad le hubiese gustado quedarse, quedarse y ver como el niño reaccionaba ante semejante atrevimiento... Llego a casa con una agradable sensación, pues ese 14 de febrero el niño no lloró. Y fue gracias a ella.
El problema es, que todos los días no son 14 de febrero, y el niño se olvidó de regar la tan ansiada rosa que todos los años pedía. Y ahora que la tenía, la dejaba morir. En un jarrón, la rosa se fue secando, hacia abajo, como si muriera poco a poco de la pena... y con ella también moría poco a poco la niña.
Ese año el niño olvidó recoger el agua de lluvia, y cuando llegó el 14 de febrero... no hubo rosa. No había nadie esperando en la puerta con una sonrisa en la boca. De repente la gente le parecía triste, todo estaba vacío, no tenía el color rojo de otros años... Caminó hacia el parque donde las parejas se besaban y vio a la niña, sentada en un banco. Se miraron durante unos segundos. Suficientes. La niña volvió la vista al libro y el niño sintió ganas de llorar... pero no quedaba ni una gota.
Lloró. Lloró lágrimas amargas, porque había perdido lo que juró que siempre mantendría a su lado.
La niña, por su parte, enterró la ilusión que hace un año había brotado. Alzó las murallas con 25 centímetros más de grosor y juró que nunca más dejaría que nadie entrara en su ciudad secreta. Para ella, el 14 de febrero quedó borrado de libros, calendarios, agendas y películas... Y se arreintió, toda la vida, de haber creído, por un día, en ese día.
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