He tardao un segundo en romper una foto que me vacilaba desde la pared... Y casi toda la tarde en recomponerla, para volverla a mirar y destrozarme los nervios al comprobar que eso, una maldita foto, me revolvía las entrañas.
Esto lo escribí hace más de un mes en mi diario. Me alegra comprobar que aquella foto ya no me perturba como antes. Ya no provoca marejadas de melancolia en mi estómago, ni me escuecen los ojos al observarla. No me hace llorar. No le echo de menos como antes; supongo que por fín he aceptado que hay ciertas cosas que se acaban, aunque la palabra siempre haya estado tan presente, las cosas se evaporan, se esfuman... o se alejan. Yo no soy nadie para retener los sentimientos; deben seguir su camino.
Quizá con el paso del tiempo nos volvamos a encontrar por casualidad, como la primera vez, y nos contemos las novedades que nos ha traido la vida tomando algo en un bar, sonriendo, sin miedo y sin dolor de por medio... O puede que nunca más nos volvamos a mirar a los ojos y esos meses se pierdan en el espacio como si nunca hubieran existido. Sería triste llegar a la conclusión de que yo para él no soy nada y él para mi tampoco. Nuestra historia no se debe borrar, es más, las cosas bonitas se deben recordar, enmarcar, y dejarlas a la vista, pues esos momentos de felicidad no abundan a lo largo del camino... Nuestro álbum de recuerdos al principio me mataba, pero ahora me da fuerzas. Me da seguridad y ganas de creer que el 'quererse' existe. Que no sólo nace en las películas, en la vida real también ocurre, solo que sin cámaras muere. Es ley de vida.


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