Me aseguran que donde hubo fuego cenizas quedan y que un solo golpe de viento puede reavivar lejanas llamas... Nadie me cree cuando digo que eso no es cierto, me miran y se sonríen, como si hubieran visto en una bola de cristal cual iba a ser mi futuro.
Yo también era de las que pensaba que hay llamas que ni el mar apaga; pero ahora es todo tan diferente... Se encargó bien de que no quedara nada, de ahogar mis ganas con la almohada, de matar y de enterrar lo bueno a golpe de indiferencia.
Puede que en un futuro tenga que darle las gracias por haberse ido así, por haberme hecho sufrir hasta la enfermedad, por herirme tan dentro que hasta el cuerpo ha empezado a fabricar anticuerpos contra el amor. Mejor así. Estoy más fuerte. El único temor que me queda es saber que pasará si alguien viniera detrás. ¿Le dejaría entrar?... No. Tengo los pedazos de cristal del pecho escondidos bajo llave y no creo que haya llegado el momento de la reconstrucción, porque aún me descubro llorando por las esquinas sin ningún motivo válido. Solo él. Y ese no es un motivo válido. Ni él ni nadie debe ser nunca un motivo válido para llorar y escocerte en los ojos.
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