La gente se hace fuerte a base de nadar contra la corriente, los músculos se hacen fuerte cuando el ejercicio les duele, y el corazón se hace fuerte cuando late por separado, cuando, destrozado, sigue latiendo por separado. Sobreviviendo, sobreviviendo a todo. Y a todos.
17 años tenía cuando vino y me dijo: lo siento. Me duele más que a ti, te lo prometo. Perdóname, perdóname... Yo, idiota, le miré a la cara con una sonrisa en los labios, para que se tranquilizara, y entonces me dijo que tenía que marcharse, que, 'accidentalmente', había dejado embarazada a otra.
Aún recuerdo esa pelota de plomo que cayó en mi estómago, destrozando a mi paso todo lo que encontraba. Le miré a los ojos y se me escapaban las lágrimas sin querer. Entonces me cogió la mano y me la puse en el corazón; no sentí nada, parecía estar tan muerto como yo... Se levantó, se limpió la arena de los pantalones y me dijo: Iba a ser nuestro verano, pero mi parte gilipollas ha venido a destrozarlo todo. Hasta en ese momento tan trascendental me eché a reir, y de repente todo el odio que quería sentir hacia él se esfumó, y solo se quedaron flotando en mi mente palabras bonitas, noches a la luz de la luna y Oropesa... Oropesa como mi segunda casa, como la guardiana de mis secretos.
Puede que estuviera empezando a obsesionarme con el lugar, como si no pudiera encontrar la felicidad lejos de allí... ¿Acaso es lo que quiero?, ¿ser feliz lejos de esa casa, de esa playa, de ese paseo?...
Después alguien apareció y arregló todos los platos rotos, sin preguntar si podía pasar... El simplemente llegó, me besó, y reconstruyó en una semana lo que llevaba derruido meses, lo que estaba podrido. Me devolvió la confianza, todo el amor que había perdido me lo devolvió multiplicado por dos... ¿y yo qué hice?. Ir a esa playa y encadenarme a unos ojos que ni siquiera me habían mirado, encadenarme a un cuerpo que ni siquiera me pertenecía, aprovechar la fuerza que me dio esa colonia y lanzarme a la piscina. Cerré la puerta detrás de mi a esos dos años y miré hacia delante libre...
Hasta que volvieron las promesas, los te echo de menos... Los viajes, las risas, los besos robados en el ascensor... Porque yo me moría de ganas de besarle, pero ese día de diciembre me volví una torpe... Era duro, pero me hacía feliz. Ni siquiera a día de hoy lo entiendo... Despertar con él por la mañana y despedirme por la tarde, con la boca llena de palabras que tuve que tragarme para no hacerlo más difícil...
Se fue. Y a las semanas, yo preparé una maleta y me fui. Y allí estaba él, esperándome en la estación... Cinco días despúes hubo que volver a empezar.
Cuántas veces no me habrán mandado mensajes contra él, mentiras, rumores... Y al final nos tuvo que separar la distancia, esa que dicen que se puede superar, que no es tan fuerte, esa que no tiene ni voz ni voto... Esa misma me venció. Nos venció.
Lo que más duele de esta conclusión es que por su parte no somos ni amigos, no ha quedado nada. Por mi parte ni siquiera hay rencor, ni pena, ni nada... La tristeza que me causaba pensar en él es lo que le mantenía vivo dentro de mi, pero ahora hasta las lágrimas están vacías de dolor por ti, están huecas... Es una sensación extraña. Porque le tengo archivado como si estuviera muerto, como si fuera imposible volverme a cruzar con él, hablar con él... Como si todo él fuera imposible.
Ojalá algún día logre que lo imposible sea recordar su nombre, su vos, sus ojos; su todo.


No hay comentarios:
Publicar un comentario